No sé si me plantaron o broté por casualidad. Hace ya tanto
tiempo que he perdido la cuenta, cien años, ciento cincuenta, doscientos… A lo largo de mi vida la verdad es que no
he sido prolijo en dar cada año esas dulces y esperadas peras. Un año por las heladas, otro por la
falta de lluvia, la cosa es que siempre
ha habido una excusa. A pesar de todo, a pesar de no dar fruta mi dueño me ha
mantenido, sin cuidados, pero me ha dejado
ir disfrutando de esos insectos que durante la primavera venían a visitarme
puntualmente, de esos ortos resplandecientes que casi todos os habéis perdido y
de ese saber estar sin molestar a nadie.
Me he ido haciendo mayor y mis raíces, como es lógico, han
ido desparramándose por los alrededores. Antes estaba solito. Ahora resulta que
me han construido una casita al lado que lo único que ha hecho ha sido privarme del sol que tanto me gustaba. No me
he quejado a nadie. Mis libres raíces han invadido ese espacio ajeno, ¡Qué
culpa tendrán si yo ya estaba primero, mucho antes que ella!. Pues nada,
que dicen que me han de talar para que mis raíces no la incomoden. No entiendo
nada, nunca he molestado a nadie y ahora resulta que estorbo.
Y lo peor es que no sé qué es lo que me está pasando, desde
que todo esto comenzó he empezado a secarme, poco a poco y cada día me faltan
más las fuerzas, a este paso creo que voy a dar pocos quebraderos de cabeza.
Quizás sea este el último escrito que os haga, si dentro de
unos meses os dais una vuelta por el pueblo y venís a verme, es posible que ya solamente sea un
tronco seco, sin ramas, sin hojas, sin peras y lleno de telarañas.
Desde allá os recordaré.
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