lunes, 28 de diciembre de 2009

Nódalo en Navidad


He bajado al pueblo. Nódalo está más solo que la una. El espíritu navideño le ha robado toda la gente. Se han ido casi todos. No he visto a nadie. Sólo el perro de Damián, el León, y tres o cuatro gatos blancos y negros o negros como el carbón me ofrecen su compañía buscando que les eche algo para comer.
He subido al barrio altero. Se ve una cortinilla de humo saliendo por la chimenea de la casa de la Concha. Donde hay humo hay vida aunque sea al arrullo de la lumbre.

Deja de llover. Un gran camión cargado hasta los topes de madera rompe con esta monotonía silenciosa al pasar por la carretera.
A Carlos se le han arrecido las manos al lavar unas zanahorias en el lavadero de la poza, no está acostumbrado al agua tan fría. Hay mucha agua por todos lados. La fuente echa por sus dos caños y el sobradero hectolitros y hectolitros sin parar. El lavadero se ha desbordado. Al no correr el aire no se está mal del todo.

Mi madre me comenta lo de Angelines. Lo siento.

Desde las tres cruces el verde de los trigos, que empiezan a nacer, resalta sobre el color adobe del Robledillo. Buscamos setas en la Costanilla. Ya no es tiempo y ha helado las últimas noches. Con media docena me conformo, y la verdad es que entre mi cuñado Teba, mi sobrino David, Carlos y mi padre, igual hemos cogido medio quilillo, ahora al estar llenas de agua pesan más.
Se oyen los pitidos de un claxon que vienen del pueblo, es el pescatero que anuncia su llegada a la plaza. Pobre. Vaya negocio que ha hecho.
Recogemos todo y regresamos a la capital.
Hemos matado la mañana.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Matanza


Se aproximan tiempos de matanza. Ahora si queremos ver una, tenemos que ir al Burgo, al Virrey Palafox. Antes se hacía en casi todas las casas del pueblo. Dicen que era un día especial, en esa jornada toda la familia y vecinos te echaban una mano, cuando ellos mataban se la echabas tú. Servía como os cuento para unir esos lazos y compartir un día especial.
Se solía comenzar la faena echando al cuerpo una copichuela de anís y unos sobadillos.
Recuerdo como íbamos a buscar el cochino a la corte, cuando mi padre lo sujetaba con el gancho no veáis los gruñidos que daba el animal. Lo habían cuidado casi todo el año para este día. A mí me gustaba agarrarle del rabo.
Eres más grande que el día de la matanza, se decía, y ya lo creo, cuando un año se moría el cochino antes de poder sacrificarlo, la familia lo pasaba mal. Con los productos de la matanza había comida asegurada para poder llenar esa ciambrerilla casi todo el año.

La foto se puede considerar una reliquia, vemos en el corral de la casa de mis abuelos, a mi tío Balbino, a mi padre, a mi abuelo Serapio y al Raimundo de Nafría sujetando a la cochina, y a mi madre con el plato preparado para remover las sopas.